DE JUAN A JUAN
Hermano, discípulo, apóstol y amigo.
Preámbulo
En la espera de sus amigos, observa: cómo, la tiniebla se teñía de
promesas entre el rosal y proclamaba el amanecer.
Una gota de rocío pende
del terso pétalo en un capullo. Detenida, recibiendo cual beso, el retrato de
su anfitrión.
En su amistad convierte el
momento en una minúscula fiesta de luces y colores, hasta el punto de remedar
al mismo universo. Es un reto a fuerzas que, detrás de cada imagen,
construyen la creación sin pausa. Mientras que las imágenes solo nos hablan de
la inmediatez de la eternidad a través de la luz.
Sin embargo, cada imagen no gravita su carga asida a su anfitrión.
En cuando éste se lanza al pie del rosal, el retrato del capullo se convierte
entonces en una vorágine de instantáneas, cada una de ellas suspendidas en el
tiempo.
Simple, llano, y sin embargo, trascendental hecho.
–Reflexiona, el anciano en su espera–
Así de breve está apostada la vanidad del hombre en su naturaleza. Aún, cuando
sus mejores intenciones le dejen llevar, se ase a ella. La imagen en sí, es
sólo eso, retrato de lo temporal, de lo fugaz, por lo tanto perecedera. Ah!
pero conlleva una poderosa naturaleza, la presencia, y es verdaderamente a
ésta a la que se aferra el hombre, atrapando al recuerdo. Ésta es:
declaración de cabida, código de adhesión, la conciencia del hombre a
ser.
No obstante, la presencia así concebida, convertida en sólo imagen, es
una ilusión de ser y la angustia de su brevedad extravía al hombre, por
senderos que desembocan en la quimera, en el delirio, y con ello, en un consecuente
y constante destruir y reconstruir para fundar, una y otra vez: concertando y
atesorando imágenes a través de los sentidos, con el sólo afán de
conjurar el extravío.
Será el placer el límite y el deseo el vínculo, al resaltar una imagen
de evocación, celebración o aclamación; al intentar legar testimonio de su
presencia y perpetuar su singularidad frente a sus colectividades, antes de la
irrevocable prontitud de cada inmediatez –intuido preámbulo del final–
La trascendencia de su intensión, dependerá pues de la anuencia de
aquellos que lo confronten a través de legadas estampas, pero, quedará siempre
en el umbral de la temporalidad.
La historia del hombre da cuenta de sus testimonios y conjetura sobre
los sucesos, inmersos éstos en las trascendencias de su actuar, de
aquello que le produce: alegrías y lamentos, apegos y rencores, excesos y
privaciones. Todo librado en las entrañas de sus pasiones, bridas de su
entelequia.
La iconográfica alrededor de una anhelada visión, ceba el ámbito de la
presciencia, al punto de la presunción. Ya no es la imagen del recuerdo. Éste
ha dejado lugar a la imaginación y ya no son ojos los que ven, es la ilusión,
el designio. Es la fantasía la licencia de crear las propias colecciones:
laberintos inefables en busca de permanencia; columnas de parcialidades
como expedientes de vida. Usurpador afán de fundar una presencia. ¡Ahora,
etérea! ¡Ahora fantástica! ¡Ahora jactancia! Siempre temporal.
Cada personaje, confina su eventualidad a la circunstancia de solitarios momentos de decisiones. Son momentos de
fidelidades suspendidos entre él y su génesis.
Momentos de observar con sabiduría y de un tiempo consecuente para el proceder.
La virtud o vanidad del actuar, descansa
en su arbitrio y su consecuencia deambulará entre los hombres, pero la
presencia es juicio de entrega o beneficio.
–Cavila ahora el anciano–
Era aquel, escogido de entre los hombres, quien atestiguaba del
testimonio del Hijo y de todo lo que había visto?
Exilado del mundo, habló desde el éxtasis, ante los perseguidos
recogidos en aquellas siete –históricas– congregaciones. Sin embargo, su
mensaje, en su temporalidad alcanza lo cósmico siempre presente cuando fuerzas
opuestas contraviniendo lo concebido, invocan un final.
Es entonces, cuando recurre a imágenes aprendidas de todo
aquello que recrea el recuerdo o la imaginación de los escuchas, para descubrir
lo revelado que ha de suceder.
Son las colecciones de apegos adosados a la intimidad de apasionamientos, que fundan
en cada quien, la dualidad de su acontecer: su virtud y su orgullo. Evocadas y
simbolizadas en boca por un acusador, la consciencia, ya no como esas
colecciones de parcialidades, sino como un todo de intenciones y actos, que denuncian
el bien o daño causado, será justificado o reo de su iniquidad. Sin embargo,
juega en cuenta suya, tanto el haber sucumbido al impulso sin reparo al daño, cómo
también, y más importante, el reconocimiento del mismo y su arrepentimiento e
intención a la reparación. Para que la enmienda
sea franca y definitiva, solo transitando el camino de la fe, alcanzará la
ataraxia para lograr la misericordia y
regresar al orden natural de su esencia, la gracia.
La otra presencia, aquella, que como el agua, también nos habla de ella
cual promesa. Ya no es una imagen prendida la que evoca una pertenencia. Es
ella la razón misma de la creación. Está allí desde el principio. Sólo de
eso se trata, vida, y vida en abundancia en un continuo crear y siempre
es el principio. La amistad entre los elementos, es el vínculo entre el
creador y su obra, la dinámica de la creación, revelada al hombre.
La vida ya es lo que es, un ahora en la eternidad. Sólo contamos con la
palabra para poder estar al tanto y comunicar la trascendencia del hecho. Sólo
ella nos da la luz para describir más allá del acto, su canon y así tratar de
comprender la proposición y con ésta la expectación.
Ahora bien, a expensas de las imágenes, el mensaje descansa más en
la fuerza primigenia de la vida, que en la temporalidad subjetiva de las imágenes. Es
un mensaje de consolación al desvelar detrás de cada penumbra, lo misterioso y
enigmático de lo irracional, de lo oculto que promueve la intención de velar lo
creado. Un mensaje de reconciliación en virtud de la gracia dada al hombre, de
continuar la obra entre los hombres a expensa de las tinieblas que lo cercan.
–Sonríe el anciano–
Ante el recuerdo del joven aquel, que en una tarde cualquiera, en
desenmarañando una red de pesca, buscando sus flaquezas, para repararla y poder
salir de faena. Su atención se desvió hacía el rumor de gente, que se oía cual tumulto,
al tiempo que su hermano, al lado le decía:
–¡Ése! El mismo del que habla Juan–
Desde entonces, todo cambió y comenzó un insospechado andar al lado de
sus hermanos. Un trajinar por caminos ignotos en la memoria humana, que habría
de conducirle a los más inesperados escenarios como testigo de hechos únicos y
transcendentales y convertirle en un instrumento de rehabilitación.
Érase el caminar de un adolescente, que seguía con asombro, acompañado de
la vanidad del novato en un grupo, que en recorriendo caminos eran vitoreados,
sin él mismo saber el porqué. Presenciaba actos que no comprendía más allá de
las imágenes que se atropellaban frente a si y solo experimentaba el
sabor de la aprobación de las gentes. Fue aprendiendo del carácter de los
personajes, según los percibía su propia ingenuidad: los anónimos seguidores
que variaban según sus intenciones y propósitos, y los compañeros, entre los
cuales era el más joven y el solícito hacerdor de mandados. Su entusiasmo y
apasionada dedicación e inocencia, lo remitía a la aceptación de cada uno
de los discípulos y en especial del maestro mismo.
Y de repente estaba allí. Solo, inmovilizado por el miedo, sin poder
cavilar, acompañando a una madre frente a su hijo que agoniza a manos de las argucias de los hombres.
Los
acontecimientos lo sobrecogían al punto de no poder pronunciar palabra alguna. Y,
ante la ansiedad de la noticia, corre hasta el umbral del comedimiento, del
respeto a la jerarquía y del valor, en espera de los testigos: del vacío de la
cripta y del orden de los lienzos. Eran hechos que se sucedían al filo de la
memoria, pero, los acontecimientos se precipitan a la historia.
Abrumado, ante los hechos, con amor de hijo, aceptó aquella madre que
perdió a su hijo por el perdón de los que no saben lo que hacen, y a quién hereda en su nombre.
Sólo cuando la incertidumbre concurrió junto a la pregunta, y
bajo la cotidiana conseja maternal, las imágenes empezaron a tener comprensión
en la palabra expresa, y poco a poco, las pasiones del hijo del trueno,
encontraban un propósito en su frágil trascendencia humana.
Con ello, el joven creció en adultez de la mano tutelar de aquella que
le acoge como el otro hijo, y a quien acompañó y proveyó protección
y sustento, mientras su templado verbo le fue llenando de sabiduría y
compasión.
El otro Juan. Perseguido, relegado, apresado, juzgado, desterrado, pero
también respetado, obedecido y amado, fueron sus correspondencias con
las colectividades y personalidades que encontraría a lo largo de los años. La
intimidad de su discurso, directo y sencillo, develó a cada uno, el recado recibido
para que se transmitiera con la vocación de la instrucción recibida, cual
testigo sobre todo lo visto y oído, con la candidez de la amistad del niño que
siempre habitó en él, pero con la elevación de espíritu del águila.
EPÍLOGO
Era la vida misma, evocada en una gota de rocío que pendía en éste ahora
de paciencia. Una espera siempre vigilante del amigo que se fue y que ha
de regresar, y de la inmediatez de aquellos que con diligente afecto, sabe que
han de venir para llevarle hoy a la asamblea, dado que los años pesan y los
pies ya no alcanzan a dar un paso.
De repente le fue extraño conjugar las dos esperas en este preciso momento.
Era como sentir la presencia de un coro de ángeles, en la medida que la
tiniebla cedía ante la aurora, anunciando otra vez, cuál trompeta, el arco iris
de la esperanza.
–Sonríe y susurra, aquello que nunca se cansó de repetir–
“Amaos los unos a los otros”
De pronto. Ya no es el pétalo el que alberga una gota de rocío. La
visión del buen anciano se nubla: recibe de improviso una visita que retrata la
luz que invade al rosal y cegado contempla el milagro de la creación.
Dos gotas, ahora espontáneas, relatan más allá de lumínicas imágenes, la
belleza de la creación, la presencia, la
luz y la amistad que las une, el amor.
Así, vencidas a sus inexorables retos, se lanzan al unísono compás
de la naturaleza en un solo salto y quedan suspendidas en un éxtasis arrebatado
al tiempo.
Son las colecciones de apegos adosados a la intimidad de apasionamientos, que fundan en cada quien, la dualidad de su acontecer: su virtud y su orgullo. Evocadas y simbolizadas en boca por un acusador, la consciencia, ya no como esas colecciones de parcialidades, sino como un todo de intenciones y actos, que denuncian el bien o daño causado, será justificado o reo de su iniquidad. Sin embargo, juega en cuenta suya, tanto el haber sucumbido al impulso sin reparo al daño, cómo también, y más importante, el reconocimiento del mismo y su arrepentimiento e intención a la reparación. Para que la enmienda sea franca y definitiva, solo transitando el camino de la fe, alcanzará la ataraxia para lograr la misericordia y regresar al orden natural de su esencia, la gracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario