sábado, 30 de agosto de 2014

Tiempo de Dios y  tiempos del hombre.

....de la conversión de Lucas....

EL ENCUENTRO

La magnificencia del encuentro, es lo más parecido a un choque intergaláctico de constelaciones. Una amalgama de tiempo y espacio en toda una exuberancia de luz expandida en calor y color. Una nueva frontera a lo largo y ancho de la historia. Entenderlo, es comprender el instante previo e inmediato al momento en que se causa.  Para ello, hemos de valernos de un recurso como los son los cuadros en una exposición. Con la premisa de que sólo podemos relatar en función del tiempo, el cual es el único medio que nos permite vislumbrar o sólo intuir, y no así conocer, el acontecer.  Sin embargo, tiempo también es escenario y escena, objeto y protagonista encendido, en una insólita asimetría del orden.

CUADRO UNO

El acto se desarrolla en una época contemporánea al comienzo de nuestro tiempo. Todo ocurre en un muelle de un puerto a orillas del Egeo. El  ambiente avizora lluvia. Los bultos sobre carretas, hombros y colgando de sogas, intuyen un movimiento hacia la nave, que con aparente modorra balancea la espera de la marea, mientras recibe la carga. En el plano central, un hombre se encuentra suspendido en una aparente caída al tablado, con una expresión como si acabara de sucumbir a un sorpresivo dolor. Otro, a su izquierda, en actitud desconcertada, trata de atraparle. Al mismo tiempo, un sujeto, que presencia la inesperada situación y estando al alcance de ambos a la derecha, parece haber dado un paso para asir por la espalda al hombre en apuro y evitar cayera.

El evento, reúne a tres personajes en un diálogo pictórico entorno a una emergencia ­la súbita flaqueza humana residente en la salud, símbolo de la fragilidad y la fortaleza de su energía.  Todo ello nos predispone a establecer conjeturas sobre las contingencias subsiguientes al socorro del indefenso personaje.   Intuimos, que el que está a la izquierda del indispuesto, es un acompañante de viaje y el tercero es un extraño, que lo mueve la imprevista situación y conmiseración para con el hombre en apuro.
A modo de acción, urdimos, que solventada la emergencia, los personajes resuelven sus posiciones, exponiendo sus identidades y la razón de sus presencias en el embarcadero.  Este último, el extraño, supone a primera vista, que el afectado, es un personaje que ejerce cierta autoridad, aun sus sencillas vestiduras, ya que se hace acompañar por alguien que le trata con un respeto, que solo a un superior se le dispensa. Quizá  sea una especie de sacerdote y quien le asiste, una suerte de acólito. 
Luego de apoyar al pobre hombre en una posición más cómoda, el extraño se presenta como médico y se ofrece para auscultar el quebranto del  corpulento extraño y tras el consentimiento,  alcanza su equipaje de mano y saca una pequeña caja y de ella un pequeño frasco. Lo abre y extrae un poco de una sustancia transparente y se la aplica al enfermo en las fosas nasales. El enfermo, reacciona y trata de incorporarse, pero le sujetan. Todos observan curiosos alrededor, mientras el enfermo se repone, pero al tratar de pararse le flaquean las piernas y vuelve y sucumbe a la debilidad. El médico pide un poco de agua y al instante aparece alguien con un cuenco. El toma de nuevo su caja y de un pequeño pañuelo saca unas pequeñas piedras y las echa en el agua revuelve y le da de beber. El paciente recupera su color en la cara y aborda el diálogo con los viajeros con gestos de gratitud hacia su benefactor, para luego elevar una oración en acción de gracia y bendiciones a sus socorristas. Entablan una amigable conversación. Se identifica ante el extraño, como ciudadano romano en viaje misionero de la nueva iglesia, que acompañado de su amigo y discípulo, vienen de haber visitado  su ciudad natal y pretenden llevar su mensaje a los pueblos cultos de la otra orilla. El extraño se identifica como un liberto, que viene de realizar varios viajes desde su recién emancipación y va en busca de instalarse en alguna actividad que le permita ganarse la vida entre las gentes.  El compañero del romano, emprendía viaje accidentalmente,  ya que era otro su compañero de viaje, quien después de una fuerte desavenencia por la intransigencia del romano al no aceptar les acompañara otro hermano de fe, decidieron separarse y  tomó el lugar del condiscípulo en enojo.
Eventualmente, ya a la hora de partir, los tres abordan la embarcación que habría de juntarles por el breve tiempo de la travesía.


El extraño,  después de una vida de obediencia, lealtades, agradecimiento y estudios, habiendo devenido de una esclavitud a su novel condición de liberado; ahora en sus primeros pasos entre las gentes como liberto,  ya había oído del romano por su reputación de curar a las personas y se intrigaba de su ciencia. Su curiosidad le mantuvo cerca de éste toda la travesía, lo cual sirvió para acercar un liberto y a un ciudadano romano en una extraordinaria y trascendental relación.
El romano, hombre habituado a ejercer la autoridad, dada por familia, educación, jerarquía ciudadana y eclesial, quién un buen día decidió renunciar a tales prerrogativas y derechos  y comenzó a utilizar sus habilidades y posición al servicio de una misión encomendada por designación divina, según el mismo relata. Ahora, en la circunstancia,  invita al extraño, que califica de médico, a continuar viaje con ellos
El extraño, quien trataba de encontrar un nuevo orden a su vida, halagado por el imprevisto apelativo de médico e  incentivado por la gran curiosidad que tenía sobre la ciencia del romano de curar  enfermedades, que no era exactamente la de él; o quizá por curiosidad sobre ése personaje del que tanto habla el romano en su prédica, transige en acompañarles y emprende viaje con los nuevos compañeros rumbo a occidente.
 Relación que comenzó por una fortuita asistencia sanitaria, habría de convertirse en una muy cultivada y extrañamente accidentada afinidad entre estos dos personajes sin iguales, que aun las notorias y milagrosas curaciones que realizaba el romano, necesitó, en el azar de las circunstancias, de la ciencia del médico liberto para su propia sanidad.

Del romano, aprendió a enfrentar los espectros del hombre y del cómo coexistían debajo de sus erudiciones. Detrás de la encendida  antorcha del nuevo mensaje,  recorrieron los rastros dejados por estos, acoplados a  grandes mitos y leyendas. Pero, no es fácil retar con nueva luz, la seducción de la prosa que cuenta de pretéritos y encendidos momentos, que aun cuando dolidos  de  presencia,  el color y la imagen, atenidos solo a la imaginación exaltada  de proezas y de personajes que se hacen presentes como poderosas y elocuentes divinidades de épicas gestas, sólo en el relato, exponen en cada orador la naturaleza metafísica de sus propias ideas.
La vehemente prédica del romano no alcanzó a interesar  a los curiosos escuchas y narradores de siempre noveles cábalas, quedando mas como un charlatán o blasfemo entre los “eruditos”, no tanto por el tópico, sino mas bien por irrespetar intereses establecidos. Sus pares sin reflexionar en lo nuevo del mensaje que traía,  tan sólo por herir a  tan vanos y personales intereses, tales como los de un amo que vivía de las dotes adivinatorias de su sirvienta y el romano expuso el espíritu que la poseía y la liberó de su dominio en nombre de un único Dios, lo emplazan y con el repudio lo acusan y persiguen, por negar las divinidades del Olimpo. Acarreándole  indisposiciones sólo ante el orden estatuido con las consecuentes persecuciones en perjuicio de su integridad física,  ya que en más de una ocasión tuvo que apresurar el paso, para no ser alcanzado por proyectiles, verbales y físicos, improvisados en la descalificación. Aun cuando más de una vez recibió castigo, nunca abandonó su misión, al encontrar alberge para su mensaje en la gente sencilla.
Así, del viaje que iniciaron juntos, con intensión de seguir a occidente, se vio de pronto interrumpido. Sin desearlo, el romano tuvo que solo sacudir sus sandalias y cambiar de rumbo, desandar sus pasos y regresar al punto de partida.

El médico reunía en una especie de bitácora, cada una de las escenas presenciadas durante tan particular y peregrino viaje. En especial las exhortaciones del romano y la reacción de su audiencia, tanto cuando éstas eran contrarias a las prácticas de los habitantes del lugar y originaban el rechazo, como cuando por el contrario se producía la curación de algún mal y la aceptación por parte de la asamblea, sumando conversos y preparando discípulos.
De vuelta a la primigenia, el romano dedica el tiempo, instruyendo discípulos, y organizando a los misionados y convirtiendo. Pero,  de nuevo, irrumpe en el quehacer  de quienes se arrogan el ejercicio los poderes estatuidos, exponiendo sus más sensibles intereses. Por tanto, jueces antes y ahora también, le prohíben de predicar, teniendo que evadirse una  vez más en  condición de perseguido, para seguir camino a la ciudad santa.  Pero antes, ahora de paso, por la capital del exceso, donde cada uno es presa de su propia voracidad y el placer se instala con la faz de la felicidad. El hombre acomete con su tea en un mundo de encendidas tinieblas y la violencia de su luz expone, a destellos, la desnudez de los más ocultos apetitos. Sin embargo, continúan camino a reunirse con los discípulos del crucificado en la ciudad que los vio nacer como hombres nuevos.
El médico, ante la novedad de conocer a dichos personajes, que no solo pregonan las enseñanzas del galileo, sino que además le conocieron en vida y fueron testigos de su martirio, a diferencia del romano, que lo conoce sólo por revelación. Presenció las alternas reuniones, discusiones y argumentos, sobre los cánones que deben guardarse en el ejercicio de la nueva enseñanza mística, en especial a los nuevos misionados que provenían de todas partes y con diversas creencias. Mientras, reflexionaba sobre su propia condición. Creía y confiaba en su ciencia, sólo se preguntaba sobre su lugar entre esos hombres. Liberado de su servidumbre, ahora buscaba su acomodo entre los hombres y comparaba. El romano, un ciudadano, con todos los derechos que ello implicaba, gozaba de un sentido de libertad, que él no tenía. Sin embargo, estrenaba un libre movimiento por voluntad propia, del cual antes nunca tuvo o siempre estuvo restringido a un ámbito domiciliar. Aprendía de las nuevas diferencias, aun entre los hombres libres y comprendía que así como existía el esclavo y el sirviente, existía también entre los hombres libres diferencias, el ciudadano, con todas las prerrogativas ante la ley de los hombres, que otros hombres, como él no gozaban. No obstante, arriesgaba sus privilegios al quebrantar el orden instituido al llevar adelante su misión. Pero, lo que verdaderamente, comenzó a preguntarse, era ¿Cómo, tanto el ciudadano cómo el pescador, ejercían la ciencia de la curación con tan solo imponer las manos sobre el enfermo? Ciencia de curar que él bien conocía, por tanto no comprendía cómo lo hacían. De igual manera, los otros discípulos del galileo actuando en nombre del mismo obtenían  iguales resultados.  Por otro lado, todos ellos actuaban, dialogaban, discutían, acordaban y se reunían como iguales, reconociéndose y aceptándose sus diferencias,  celebrando la amistad con Dios como el vínculo que les otorgaba el poder de establecer el mismo vínculo para con ellos mismos.

Ya no era una reforma al canon local acostumbrado lo que los discípulos abordaban. Era el momento de un trauma de  emancipación de la consciencia. El abandono de formulismos vacios que solo otorgan privilegios de incierta identidad. Ya no prevalecerán los preceptos rituales como condiciones de ley, lo que verdaderamente importa, es la fe y los mandamientos de la ley en función de la amistad entre los hombres.  Era el nacimiento de una legitimidad escatológica, revelada a través de la palabra del crucificado. Esa amistad entre los hombres, revela a cada uno la responsabilidad de su propia libertad.
El nuevo Canon responde de la igualdad de cada hombre ante la presencia de Dios. La nueva jerarquía entre los hombres es su prístina identidad y la nueva frontera de la ley es el individuo, que supedita la relación entre los hombres a la sabiduría de la inclusión, a través de la amistad. El nuevo Orden basado en  la sabiduría del servicio, como la fuente de  cada acto liberador, guía el irrumpir del don de la libertad en la naturaleza del hombre. De la libertad, para aceptar incondicionalmente la individualidad de mi semejante y aceptar la propia, nace  como un acto de amor, el aprendizaje para la continuidad de la creación de la mano del hombre. Solo en libertad podemos  aceptar la fe como  la sabiduría del bien para continuidad de la creación y  al amor como su único vínculo con ella.


Un día, la incomprensión, la violencia y el temor, prendados de  hegemonía, se hacen cargo del romano, y otra vez, su solicito compañero de viaje le asiste en sus físicas dolencias, que le ha costado no solo unas laceraciones y moretones, pero además, su incomunicación. Ahora es reo de sus palabras. Eventualmente, en su legítimo y particular derecho de ciudadano, es embarcado para presentarse a juicio ante su juez natural.




CUADRO DOS

Es de noche, sólo una antorcha ilumina a un grupo de hombres alrededor del romano, quien  alza reverente, una torta de pan, mientras prorrumpe  en oración. El grupo incluye a quien parece ser el capital del navío y sus oficiales, así como marinos y remeros. Los grillos desatados en el piso de madera de lo que parece ser una gran embarcación, o por lo menos lo que queda de ella, ya que por doquier se nota que ha sufrido un percance tan serio como un naufragio, dicen de un número de presidiarios como pasaje del infortunado navío. Les acompaña el médico.

De la mano del médico liberado, el romano, que por derecho propio marchaba a su juicio, embarcaron, poco antes de la temporada de tormentas. Curiosamente, esas nubes, que ya comenzaban tímidamente a reunirse en el horizonte. Aquellas que una vez, tras  una larga ausencia produjo una  gran sequía sobre la tierra del  pueblo que ahora dejaban. Ahora presagiaban, desde ese mismo horizonte, un incierto destino a los navíos que se adentraren en las rutas de aguas de ese ahora mare nostrum.  Pero no fue sino hasta más adelante, en otro puerto de la ruta, luego  del trasbordo al barco alejandrino con su carga de cereales, cuando el viaje se torno pleno de infortunios. Como si aquellos espíritus derrotados de entonces en el Carmelo, trataran impedir de alguna manera tal travesía. ¿Otra vez una lucha entre la cotidiana materialidad del hombre y la trascendencia a una nueva vida, se ponían a prueba?
Comenzaron a padecer toda suerte de contratiempos. Primero, vientos contrarios impidieron alcanzar otros puertos en la ruta, alejándoles del itinerario, hasta que por fin y a duras penas arriban a Creta. Aquí el reo, ducho en sortear las calamidades de viaje, les avisó del peligro de seguir navegando, a costa de perder más que la carga. Pero el  oficial se fiaba de su piloto y puesto que el puerto no se prestaba para pasar el invierno, decidió continuar a uno  más apropiado. Al poco tiempo de haber costeando la isla, se desencadenó un viento huracanado desde la misma, embistiendo la nave, que no pudo sino dejarse llevar a la deriva, mientras bravuconadas  de agua que saltando a bordo, como buscando botín escondido, obligaron a echar por la borda equipaje, carga e  inclusive aparejos de la nave. A ello, siguió un ocultamiento del sol y las estrellas durante largos catorce días y sus noches enteras, perdiendo toda noción de dónde estaban y desapareciendo cada vez más toda esperanza de salvación.
Pero, otra vez, el romano, haciendo referencia a la promesa fiel a quien tenía que llevar a término su viaje a Roma, quien pasando los días en oración,  ahora alentaba a todos a no dejar la nave, a mantenerse todos en ella, aun cuando los marineros presentían la presencia de tierra cercana, cuando la sonda marcó profundidad de ancla. El reo se dirigió a su custodio, relatándole el sueño que había tenido: Vio una isla que emergía del mar que nunca antes habían visto. Una nave hecha pedazos en un peñasco, pero también la salvación de su vida y la de todas las demás doscientas setenta y seis almas, que estaban con él. Por ello insistía en que se mantuvieren juntos aun la incertidumbre del destino que llevaban en la nave esa noche. Así se lo comunicó el custodio al oficial y éste, luego de reflexionar, ordenó que nadie abandonara la nave y mantuvo a la tripulación junta por esa noche. Aprovechando la harina que todavía había, cosieron pan, ya que el mal tiempo solo había producido un ayuno forzoso y nadie estuvo en condiciones de digerir alimento alguno. Celebrando el que todos pasaran la noche juntos, el reo partía el pan dando gracias en oración, y todos comieron y luego echaron por la borda el trigo restante. Vencía así la esperanza.
Amaneció, y frente a ellos, una playa rodeada de acantilados recreaba sus asombrados rostros. Pronto se dispusieron a las maniobras para acercar la nave a la playa, pero al intentar alcanzarla, fueron arrastrados por una doble corriente y encallaron. La nave comenzó a destrozarse con el oleaje. Nadaron y flotaron sobre restos del navío hacia la playa. Los lugareños cuando se percataron de lo que estaba ocurriendo, salieron a la playa desesperados y comenzaron a prestar todo el auxilio posible para resguardar las  vidas de todos aquellos inesperados visitantes. El desconocido pueblo les acogió con una especial generosidad y les busco acomodo inmediato para resguardarles de la lluvia y el frio, encendiendo hogueras. El reo, en ayudando a avivar el fuego, fue mordido por una víbora que escapaba del mismo, y en presencia de todos, con la víbora colgando de su muñeca, sacudió su mano y la arrojo al fuego sin llegar a sufrir daño aparente alguno. Siguieron las tareas de socorro con diligencia, sin embargo, todos estaban pendientes de que el reo cayere muerto en cualquier momento. La labor continuó hasta conseguir un refugio provisional y seguro para todos los náufragos,  y viendo que el reo no mostraba síntoma alguno de indisposición,  empezaron a considerarle  como una especie de deidad.
Cerca del sitio, el principal de la isla, el gobernador romano,  tenía una finca donde  acogió a muchos con gran hospitalidad. El padre del mismo, en ese entones estaba postrado en cama con una fiebre y disentería. Habiendo escuchado sobre el episodio del reo y la serpiente, le invitó a su presencia. El reo, por su parte, con el permiso de su agradecido custodio por haberlos convencido de permanecer todos juntos en el barco y así salvar la vida de todos, como bien predijo, aceptó otorgarle permiso para asistir a la invitación del gobernador.
Su cuidador, habiéndose quedado en el improvisado albergue, acompañado de los curiosos isleños y algunos compañeros de viaje, que, sorprendidos todos por la hazaña del cómo sobrevivieron al naufragio y el reo a la mordedura de la víbora y preguntaban ¿Porqué, un hombre como ese,  iba a juicio? ¿Cuál era su delito? ÉL su devoto acompañante, corroboraba tan extrañas peculiaridades de su admirado personaje, relatándoles lo que él personalmente había presenciado y oído de sus propios labios, cuando le acompañaba en sus viajes de prédicas por las tierras de Asia. De cómo había  llegado a ser un reo por predicar ante los hombres de su pueblo, las enseñanzas de un galileo, hijo de una virgen madre, a cuyos discípulos él debía perseguir, encarcelar y amedrentar hasta de muerte, en cumplimiento de su deber por predicamento de ley y por designación expresa del Sumo Sacerdote. Hasta que un día, estando a medio camino de su próxima asignación,  escucha una voz durante su oración de medio día. Ese, a quién perseguía, le inquiría:
̶ ¿Porque me persigues? 
Ante   tan inusitada situación al no ver a nadie, cae por tierra y de pronto quedando sin vista, tras tal insólito hecho,  solo escucha de nuevo al galileo:
̶ Sólo te haces daño. Te he detenido para que seas testigo y sirvas solo a las cosas que ahora has visto y oído y las divulgues a todas las gentes.
Entonces se preguntó:
- ¿Cómo pude haber sido escogido de entre los que más implacablemente perseguía  a sus discípulos?
Sus compañeros de viaje, angustiados le ayudaron a levantarse, y así, recobrada la circunspección, escoltado hasta su destino, por tres días no pudo ver, ni comer ni beber. Había experimentado una aparición del galileo y profundizando en el hecho, daba gracias a Dios. No aprendió de hombre alguno, sino por revelación. Su tarea habría de ser ahora, anunciar sus enseñanzas a todos los gentiles.
Curado de su ceguera y bautizado. Desde entonces, recorre los pueblos de Asia anunciando las enseñanzas del galileo, que tantos inconvenientes les ha causado hasta llegar a ser reo de su propio oficio, por predicar sus enseñanzas.  Pero al mismo tiempo de  cómo también, comenzó a obrar milagros de curación con simplemente imponer sus manos al enfermo en estado de oración. De cómo, respondiendo a las acusaciones que le imputaban, reclamó su derecho a ser juzgado de acuerdo a la ley romana como ciudadano romano que era, y en virtud de ese privilegio iba rumbo a Roma.

Ya un día, partieron a Roma. Llegó el día de juicio y en compareciendo ante sus jueces legítimos, fue absuelto de toda culpa y dejado en libertad. Se quedó, pues, en Roma, de acuerdo a la misión que decía haber recibido, predicando y organizando a sus discípulos y apostolado entre los gentiles. Pasaron los años y un nuevo Cesar gobernaba a Roma. Este persiguió a todos los que predicaban sobre ese galileo hijo de una virgen que anunciaba un nuevo reino. Fue preso otra vez, juzgado y eventualmente murió decapitado como ciudadano romano, a diferencia de sus compañeros que fueron crucificados por ser extranjeros, entre ellos el pescador, a quien le fue encomendada la tarea de ser la primera piedra de la nueva iglesia, pero pidió ser crucificado de cabeza abajo, ya que el no merecía ser crucificado como su señor, el galileo.

Esta peculiar relación entre el romano y el médico liberto, los mantendrá cercanos hasta, cuando, ya convertida en amistad, consoló la tragedia de su encarcelación  y posterior trágica muerte, cuidando de sus restos con devoto respeto, salvándolos del apetito de las alimañas, los entrego a sus discípulos y amigos, y atesoró todas las experiencias y enseñanzas cosechadas durante todo el tiempo que permaneció a su lado. Buscó el acomodo de los despojos  entre los pocos amigos que quedaban, para así disponer de una sepultura digna y segura al maltrecho cuerpo de su admirado amigo y mentor, quien además de perder la cabeza, sus maltrechas muñecas mostraban las fracturas productos de unas fuertes ataduras y el maltrato del cadáver en su acarreo, exponiendo los astillados huesos que intentó recomponer.  Antes recogió unas astillas de esos huesecillos que se desprendían de las muñecas y la guardó en su bolso. Una vez enterrado en un sitio seguro, oraron.

Abandonó Roma y se dirigió al sur por tierra en busca de la misma ruta por la cual había llegado. En el camino encontró al devoto ahijado del pescador, quien se dirigía a Egipto. Ambos emprendieron marcha rumbo al sur. Sólo vieron desolación y muerte como testimonio de conversión de todos aquellos que habían aceptado las enseñanzas del galileo. Ya no sólo de predicadores, sino de todos aquellos que pudieren sospecharse creyeren o hubieren escuchado las palabras de sus discípulos, yacían como mártires o eran perseguidos sin piedad. El predicar las enseñanzas del galileo hijo de una virgen madre, sobre  la existencia de un solo Dios, a vivir en amistad y  compartir con otros de igual a igual. Don que les acarreó el suplicio de la muerte, la persecución y la excreción social y ciudadana, como el más original ejercicio de libertad. Era el cuerpo vivo de la nueva iglesia que sembraba de maderos de crucifixión y asperjaba con la pasión de cada uno de sus misionados, a lo largo y ancho del territorio imperial, dibujando así los miembros de ese nuevo cuerpo místico que nacía a una inefable libertad. La iglesia del Cristo.  
Abrumados, el médico y el acólito del pescador, llegan a una muy bulliciosa isla  con gran actividad de navíos con rumbos a los mares de occidente y de oriente. Se hallaban al borde de un muelle, cuando el discípulo del pescador decide despedirse de su compañero médico para abordar un barco con destino a Alejandría, de la cual ya había hablado en el camino, como su destino más inmediato, para continuar su misión de organizar la nueva iglesia e invita a su nuevo amigo a venirse con él y ayudarlo en la fundación de la nueva iglesia en esos parajes. El, sorprendido por la invitación del joven acólito del pescador, a quien tenía como hombre de grande sabiduría, de la cual pudo dar cuenta durante el trayecto del camino andado juntos, habiendo conocido de la vida y pasión del galileo, hijo de una virgen madre y llamado Jesús.
 El médico decidió continuar a Malta a visitar los amigos que dejo en la isla y entregarles las reliquias de su amigo y maestro el romano. Del joven acólito del pescador, por fin aprendió el propósito de la misión del romano y de cada uno de los apóstoles. Con corazón humilde y desinteresado, ausente de reconocimientos propios, aun, habiendo conocido brevemente de primera instancia el celo del liberto, después de años de una benigna sumisión; aprendió, como el romano, el pescador y todos los discípulos, la verdadera naturaleza de la libertad, y por primera vez se sintió verdaderamente responsable de su propia vida. Asumió la tarea de la misión con amor, y dedicó su ciencia y vida, primero a registrar la verdadera fuente del carisma del amigo el romano. Empezó buscando sus orígenes, y como hombre práctico de ciencia, fue al lugar de los hechos. Rememoró las visitas que realizó con él a tan distintos personajes y comunidades. Aprendió que tal ciencia no era propia del romano, era un carisma otorgado. ¿Quién era ése que tanto poder le dio? ¿Dónde vivió? ¿Quiénes, su familia, sus discípulos? ¿Cuál, la esencia de su ciencia?

Desandar los caminos de un misionero, es un itinerario de una ardua labor que lleva a profundizar, no solo en el mensaje de la misión, su objetivo y los misionados, pero también el antecedente de la misma. ¿Por qué persiguió a los difusores del mensaje? ¿Cómo de perseguidor pasó a perseguido? ¿Quién es aquél a quién persiguió con tanta pasión y después predicó su mensaje con igual o mayor ardor? El romano siempre habló de uno que nació de una virgen ¿Cómo puede ser ello posible?


Al cabo de unos días consiguió una nave que lo llevaría de nuevo a la isla que les socorrió cuando el naufragio, y volvió a encontrase entre amigos. Narró sobre lo sucedido al reo amigo y les entregó las astillas  que había guardado con tanto celo, sabiendo que allí se le apreciarían.
El médico, se quedó en la isla esperando encontrar cómo volver a Asia, mientras tanto, contaba los detalles de cómo después de liberado su amigo, vinieron tiempos terribles de persecución y muerte, para todos aquellos que predicaran u oyeran sobre el galileo.
Un día, no habiendo encontrado transporte para Asia, se encuentra frente a un navío que iba rumbo a Egipto, y rememorando la invitación del acólito del pescador, decide ir a Egipto antes de seguir a Asia.







CUADRO TRES.

Es una calle que conduce a unos muelles. Mucha gente la transita en lo que parece una bulliciosa actividad de gente y cargas en tránsito, desembarcado o embarcando,  acarreando cargas y equipajes y humeantes puestos de comida. Entre ellos, el médico y un desconocido parecen establecer un vínculo por alguna seña secreta de complicidad y se reconocen afines en una mirada.

Se acerco y reconoció a unos de los discípulos del galileo. Lo abordó y le dijo quien era,  de inmediato entraron en un recelo de los que les rodeaban y transitando por una complicidad de señas, por fin se pudieron retirar a un sitio apartado y poder hablar libremente. 
El discípulo contaba de cómo había venido desde el Carmelo, para ir a las tierras de Hispania a llevar las enseñanzas del galileo. Mientras el médico escuchaba sus relatos, se ocupaba del equipaje del viajero y no pudo ignorar unos trozos de madera que le eran muy familiares, el uno, en forma de un niño y otro, en forma de una mujer. El discípulo al percatarse de  las figuras, le dijo:

—Son la virgen madre y su hijo— 

Él turbado por la aseveración, deja las maderas, pero reconoce que fueron sus manos las que una vez, estando de visita donde la madre del galileo, y tomando unos trozos de madera del taller del mismo, modeló esas figuras  y le tiende las figuras al discípulo diciéndole:

—Toma y cuídalas porque algún día querrán saber de ellos—

Se despidieron ya cuando resonaba en el puerto el último llamado de la nave que debía abordar el discípulo,  anunciando su salida a los mares de occidente.

Ahora comprendía su misión. Estos hombres sin proponérselos le habían preparado para poder llevar a cabo la tarea de dar a conocer la labor de sus vidas, predicar  las palabras de amistad entre los hombres. Ya no era  un liberado más. Ahora tenía sentido el rumbo escogido, ganado en el servicio al prójimo, el que le reconocía a él como igual. Su verdadera libertad daba comienzo.  

 Este derrotero le había llevado a las tierras de la familia misma del señor llamado Jesús. Conocer de él, de sus discípulos y testigos, de sus obras y predicamentos, hasta el punto de su genealogía. Habría de ser ahora su misión personal el conocer de su naturaleza. Pero, toda nueva tarea está siempre sujeta a lo imponderable del curso del cómo se concatenan los acontecimientos que habrán de producir el objetivo propuesto.

Especial, el momento del encuentro con el personaje de la madre del galileo. El silencio es el sujeto activo y de pronto todo gira a su derredor. Sin mediar preámbulo alguno, prorrumpe la revelación de la paz. Ya nada será igual, todo cobra un nuevo significado, la palabra del hijo se hace revelación.



Ahora, ya de regreso de Egipto, parado de frente a su libertad, se embarca rumbo a Asia con un único equipaje, la Palabra.


Pintura: "Tránsito". Autor: Nené Laclé