Tiempo de Dios y tiempos del hombre.
....de la conversión de Lucas....
EL ENCUENTRO
La magnificencia del encuentro, es lo más parecido
a un choque intergaláctico de constelaciones. Una amalgama de tiempo y espacio
en toda una exuberancia de luz expandida en calor y color. Una nueva frontera a
lo largo y ancho de la historia. Entenderlo, es comprender el instante previo e
inmediato al momento en que se causa. Para
ello, hemos de valernos de un recurso como los son los cuadros en una
exposición. Con la premisa de que sólo podemos relatar en función del tiempo, el
cual es el único medio que nos permite vislumbrar o sólo intuir, y no así conocer,
el acontecer. Sin embargo, tiempo
también es escenario y escena, objeto y protagonista encendido, en una insólita
asimetría del orden.
CUADRO UNO
El
acto se desarrolla en una época contemporánea al comienzo de nuestro tiempo.
Todo ocurre en un muelle de un puerto a orillas del Egeo. El ambiente avizora lluvia. Los bultos sobre
carretas, hombros y colgando de sogas, intuyen un movimiento hacia la nave, que
con aparente modorra balancea la espera de la marea, mientras recibe la carga. En
el plano central, un hombre se encuentra suspendido en una aparente caída al
tablado, con una expresión como si acabara de sucumbir a un sorpresivo dolor. Otro,
a su izquierda, en actitud desconcertada, trata de atraparle. Al mismo tiempo,
un sujeto, que presencia la inesperada situación y estando al alcance de ambos
a la derecha, parece haber dado un paso para asir por la espalda al hombre en
apuro y evitar cayera.
El
evento, reúne a tres personajes en un diálogo pictórico entorno a una emergencia
la súbita flaqueza humana residente en la salud, símbolo de la fragilidad y la
fortaleza de su energía. Todo ello nos predispone
a establecer conjeturas sobre las contingencias subsiguientes al socorro del indefenso
personaje. Intuimos, que el que está a
la izquierda del indispuesto, es un acompañante de viaje y el tercero es un
extraño, que lo mueve la imprevista situación y conmiseración para con el hombre
en apuro.
A modo de acción, urdimos, que solventada la
emergencia, los personajes resuelven sus posiciones, exponiendo sus identidades
y la razón de sus presencias en el embarcadero.
Este último, el extraño, supone a primera vista, que el afectado, es un
personaje que ejerce cierta autoridad, aun sus sencillas vestiduras, ya que se
hace acompañar por alguien que le trata con un respeto, que solo a un superior
se le dispensa. Quizá sea una especie de
sacerdote y quien le asiste, una suerte de acólito.
Luego de apoyar al pobre hombre en una posición
más cómoda, el extraño se presenta como médico y se ofrece para auscultar el
quebranto del corpulento extraño y tras el
consentimiento, alcanza su equipaje de
mano y saca una pequeña caja y de ella un pequeño frasco. Lo abre y extrae un
poco de una sustancia transparente y se la aplica al enfermo en las fosas
nasales. El enfermo, reacciona y trata de incorporarse, pero le sujetan. Todos
observan curiosos alrededor, mientras el enfermo se repone, pero al tratar de
pararse le flaquean las piernas y vuelve y sucumbe a la debilidad. El médico
pide un poco de agua y al instante aparece alguien con un cuenco. El toma de
nuevo su caja y de un pequeño pañuelo saca unas pequeñas piedras y las echa en
el agua revuelve y le da de beber. El paciente recupera su color en la cara y
aborda el diálogo con los viajeros con gestos de gratitud hacia su benefactor,
para luego elevar una oración en acción de gracia y bendiciones a sus
socorristas. Entablan una amigable conversación. Se identifica ante el extraño,
como ciudadano romano en viaje misionero de la nueva iglesia, que acompañado de
su amigo y discípulo, vienen de haber visitado
su ciudad natal y pretenden llevar su mensaje a los pueblos cultos de la
otra orilla. El extraño se identifica como un liberto, que viene de realizar
varios viajes desde su recién emancipación y va en busca de instalarse en
alguna actividad que le permita ganarse la vida entre las gentes. El compañero del romano, emprendía viaje
accidentalmente, ya que era otro su
compañero de viaje, quien después de una fuerte desavenencia por la
intransigencia del romano al no aceptar les acompañara otro hermano de fe,
decidieron separarse y tomó el lugar del
condiscípulo en enojo.
Eventualmente, ya a la hora de partir, los tres
abordan la embarcación que habría de juntarles por el breve tiempo de la
travesía.
El extraño, después de una vida de obediencia, lealtades,
agradecimiento y estudios, habiendo devenido de una esclavitud a su novel
condición de liberado; ahora en sus primeros pasos entre las gentes como
liberto, ya había oído del romano por su
reputación de curar a las personas y se intrigaba de su ciencia. Su curiosidad le
mantuvo cerca de éste toda la travesía, lo cual sirvió para acercar un liberto
y a un ciudadano romano en una extraordinaria y trascendental relación.
El romano, hombre habituado a ejercer la autoridad, dada por
familia, educación, jerarquía ciudadana y eclesial, quién un buen día decidió
renunciar a tales prerrogativas y derechos y comenzó a utilizar sus habilidades y
posición al servicio de una misión encomendada por designación divina, según el
mismo relata. Ahora, en la circunstancia, invita al extraño, que califica de médico, a
continuar viaje con ellos
El extraño, quien trataba de encontrar un nuevo
orden a su vida, halagado por el imprevisto apelativo de médico e incentivado por la gran curiosidad que tenía
sobre la ciencia del romano de curar enfermedades,
que no era exactamente la de él; o quizá por curiosidad sobre ése personaje del
que tanto habla el romano en su prédica, transige en acompañarles y emprende
viaje con los nuevos compañeros rumbo a occidente.
Relación
que comenzó por una fortuita asistencia sanitaria, habría de convertirse en una
muy cultivada y extrañamente accidentada afinidad entre estos dos personajes
sin iguales, que aun las notorias y milagrosas curaciones que realizaba el
romano, necesitó, en el azar de las circunstancias, de la ciencia del médico
liberto para su propia sanidad.
Del romano, aprendió a enfrentar los espectros
del hombre y del cómo coexistían debajo de sus erudiciones. Detrás de la encendida
antorcha del nuevo mensaje, recorrieron los rastros dejados por estos, acoplados
a grandes mitos y leyendas. Pero, no es
fácil retar con nueva luz, la seducción de la prosa que cuenta de pretéritos y
encendidos momentos, que aun cuando dolidos de presencia, el color y la imagen, atenidos solo a la
imaginación exaltada de proezas y de personajes
que se hacen presentes como poderosas y elocuentes divinidades de épicas gestas,
sólo en el relato, exponen en cada orador la naturaleza metafísica de sus propias
ideas.
La vehemente prédica del romano no alcanzó a
interesar a los curiosos escuchas y
narradores de siempre noveles cábalas, quedando mas como un charlatán o
blasfemo entre los “eruditos”, no tanto por el tópico, sino mas bien por irrespetar
intereses establecidos. Sus pares sin reflexionar en lo nuevo del mensaje que
traía, tan sólo por herir a tan vanos y personales intereses, tales como
los de un amo que vivía de las dotes adivinatorias de su sirvienta y el romano
expuso el espíritu que la poseía y la liberó de su dominio en nombre de un
único Dios, lo emplazan y con el repudio lo acusan y persiguen, por negar las
divinidades del Olimpo. Acarreándole
indisposiciones sólo ante el orden estatuido con las consecuentes
persecuciones en perjuicio de su integridad física, ya que en más de una ocasión tuvo que
apresurar el paso, para no ser alcanzado por proyectiles, verbales y físicos,
improvisados en la descalificación. Aun cuando más de una vez recibió castigo,
nunca abandonó su misión, al encontrar alberge para su mensaje en la gente
sencilla.
Así, del viaje que iniciaron juntos, con
intensión de seguir a occidente, se vio de pronto interrumpido. Sin desearlo, el
romano tuvo que solo sacudir sus sandalias y cambiar de rumbo, desandar sus
pasos y regresar al punto de partida.
El médico reunía en una especie de bitácora,
cada una de las escenas presenciadas durante tan particular y peregrino viaje.
En especial las exhortaciones del romano y la reacción de su audiencia, tanto
cuando éstas eran contrarias a las prácticas de los habitantes del lugar y
originaban el rechazo, como cuando por el contrario se producía la curación de
algún mal y la aceptación por parte de la asamblea, sumando conversos y
preparando discípulos.
De vuelta a la primigenia, el romano dedica el
tiempo, instruyendo discípulos, y organizando a los misionados y convirtiendo.
Pero, de nuevo, irrumpe en el quehacer de quienes se arrogan el ejercicio los poderes
estatuidos, exponiendo sus más sensibles intereses. Por tanto, jueces antes y
ahora también, le prohíben de predicar, teniendo que evadirse una vez más en condición de perseguido, para seguir camino a
la ciudad santa. Pero antes, ahora de
paso, por la capital del exceso, donde cada uno es presa de su propia voracidad
y el placer se instala con la faz de la felicidad. El hombre acomete con su tea
en un mundo de encendidas tinieblas y la violencia de su luz expone, a
destellos, la desnudez de los más ocultos apetitos. Sin embargo, continúan
camino a reunirse con los discípulos del crucificado en la ciudad que los vio
nacer como hombres nuevos.
El médico, ante la novedad de conocer a dichos
personajes, que no solo pregonan las enseñanzas del galileo, sino que además le
conocieron en vida y fueron testigos de su martirio, a diferencia del romano,
que lo conoce sólo por revelación. Presenció las alternas reuniones,
discusiones y argumentos, sobre los cánones que deben guardarse en el ejercicio
de la nueva enseñanza mística, en especial a los nuevos misionados que
provenían de todas partes y con diversas creencias. Mientras, reflexionaba
sobre su propia condición. Creía y confiaba en su ciencia, sólo se preguntaba
sobre su lugar entre esos hombres. Liberado de su servidumbre, ahora buscaba su
acomodo entre los hombres y comparaba. El romano, un ciudadano, con todos los
derechos que ello implicaba, gozaba de un sentido de libertad, que él no tenía.
Sin embargo, estrenaba un libre movimiento por voluntad propia, del cual antes
nunca tuvo o siempre estuvo restringido a un ámbito domiciliar. Aprendía de las
nuevas diferencias, aun entre los hombres libres y comprendía que así como
existía el esclavo y el sirviente, existía también entre los hombres libres diferencias,
el ciudadano, con todas las prerrogativas ante la ley de los hombres, que otros
hombres, como él no gozaban. No obstante, arriesgaba sus privilegios al
quebrantar el orden instituido al llevar adelante su misión. Pero, lo que
verdaderamente, comenzó a preguntarse, era ¿Cómo, tanto el ciudadano cómo el
pescador, ejercían la ciencia de la curación con tan solo imponer las manos
sobre el enfermo? Ciencia de curar que él bien conocía, por tanto no comprendía
cómo lo hacían. De igual manera, los otros discípulos del galileo actuando en
nombre del mismo obtenían iguales
resultados. Por otro lado, todos ellos
actuaban, dialogaban, discutían, acordaban y se reunían como iguales,
reconociéndose y aceptándose sus diferencias,
celebrando la amistad con Dios como el vínculo que les otorgaba el poder
de establecer el mismo vínculo para con ellos mismos.
Ya no era una reforma al canon local
acostumbrado lo que los discípulos abordaban. Era el momento de un trauma
de emancipación de la consciencia. El abandono de formulismos vacios que solo otorgan privilegios de incierta
identidad. Ya no prevalecerán los preceptos rituales como condiciones de ley,
lo que verdaderamente importa, es la fe y los mandamientos de la ley en función
de la amistad entre los hombres. Era el
nacimiento de una legitimidad escatológica, revelada a través de la palabra del
crucificado. Esa amistad entre los hombres, revela a cada uno la
responsabilidad de su propia libertad.
El nuevo Canon responde de la igualdad de cada
hombre ante la presencia de Dios. La nueva jerarquía entre los hombres es su
prístina identidad y la nueva frontera de la ley es el individuo, que supedita la
relación entre los hombres a la sabiduría de la inclusión, a través de la
amistad. El nuevo Orden basado en la
sabiduría del servicio, como la fuente de cada acto liberador, guía el irrumpir del don
de la libertad en la naturaleza del hombre. De la libertad, para aceptar
incondicionalmente la individualidad de mi semejante y aceptar la propia,
nace como un acto de amor, el
aprendizaje para la continuidad de la creación de la mano del hombre. Solo en libertad
podemos aceptar la fe como la sabiduría del bien para continuidad de la
creación y al amor como su único vínculo
con ella.
Un día, la incomprensión, la violencia y el
temor, prendados de hegemonía, se hacen
cargo del romano, y otra vez, su solicito compañero de viaje le asiste en sus
físicas dolencias, que le ha costado no solo unas laceraciones y moretones,
pero además, su incomunicación. Ahora es reo de sus palabras. Eventualmente, en
su legítimo y particular derecho de ciudadano, es embarcado para presentarse a
juicio ante su juez natural.
CUADRO DOS
Es
de noche, sólo una antorcha ilumina a un grupo de hombres alrededor del romano,
quien alza reverente, una torta de pan,
mientras prorrumpe en oración. El grupo
incluye a quien parece ser el capital del navío y sus oficiales, así como
marinos y remeros. Los grillos desatados en el piso de madera de lo que parece
ser una gran embarcación, o por lo menos lo que queda de ella, ya que por
doquier se nota que ha sufrido un percance tan serio como un naufragio, dicen
de un número de presidiarios como pasaje del infortunado navío. Les acompaña el
médico.
De la mano del médico liberado, el romano, que
por derecho propio marchaba a su juicio, embarcaron, poco antes de la temporada
de tormentas. Curiosamente, esas nubes, que ya comenzaban tímidamente a
reunirse en el horizonte. Aquellas que una vez, tras una larga ausencia produjo una gran sequía sobre la tierra del pueblo que ahora dejaban. Ahora presagiaban,
desde ese mismo horizonte, un incierto destino a los navíos que se adentraren
en las rutas de aguas de ese ahora mare nostrum. Pero no fue sino hasta más adelante, en otro
puerto de la ruta, luego del trasbordo
al barco alejandrino con su carga de cereales, cuando el viaje se torno pleno
de infortunios. Como si aquellos espíritus derrotados de entonces en el
Carmelo, trataran impedir de alguna manera tal travesía. ¿Otra vez una lucha entre
la cotidiana materialidad del hombre y la trascendencia a una nueva vida, se
ponían a prueba?
Comenzaron a padecer toda suerte de
contratiempos. Primero, vientos contrarios impidieron alcanzar otros puertos en
la ruta, alejándoles del itinerario, hasta que por fin y a duras penas arriban
a Creta. Aquí el reo, ducho en sortear las calamidades de viaje, les avisó del
peligro de seguir navegando, a costa de perder más que la carga. Pero el oficial se fiaba de su piloto y puesto que el
puerto no se prestaba para pasar el invierno, decidió continuar a uno más apropiado. Al poco tiempo de haber
costeando la isla, se desencadenó un viento huracanado desde la misma,
embistiendo la nave, que no pudo sino dejarse llevar a la deriva, mientras
bravuconadas de agua que saltando a
bordo, como buscando botín escondido, obligaron a echar por la borda equipaje,
carga e inclusive aparejos de la nave. A
ello, siguió un ocultamiento del sol y las estrellas durante largos catorce
días y sus noches enteras, perdiendo toda noción de dónde estaban y
desapareciendo cada vez más toda esperanza de salvación.
Pero, otra vez, el romano, haciendo referencia
a la promesa fiel a quien tenía que llevar a término su viaje a Roma, quien
pasando los días en oración, ahora
alentaba a todos a no dejar la nave, a mantenerse todos en ella, aun cuando los
marineros presentían la presencia de tierra cercana, cuando la sonda marcó
profundidad de ancla. El reo se dirigió a su custodio, relatándole el sueño que
había tenido: Vio una isla que emergía del mar que nunca antes habían visto.
Una nave hecha pedazos en un peñasco, pero también la salvación de su vida y la
de todas las demás doscientas setenta y seis almas, que estaban con él. Por
ello insistía en que se mantuvieren juntos aun la incertidumbre del destino que
llevaban en la nave esa noche. Así se lo comunicó el custodio al oficial y
éste, luego de reflexionar, ordenó que nadie abandonara la nave y mantuvo a la
tripulación junta por esa noche. Aprovechando la harina que todavía había, cosieron
pan, ya que el mal tiempo solo había producido un ayuno forzoso y nadie estuvo
en condiciones de digerir alimento alguno. Celebrando el que todos pasaran la
noche juntos, el reo partía el pan dando gracias en oración, y todos comieron y
luego echaron por la borda el trigo restante. Vencía así la esperanza.
Amaneció, y frente a ellos, una playa rodeada
de acantilados recreaba sus asombrados rostros. Pronto se dispusieron a las
maniobras para acercar la nave a la playa, pero al intentar alcanzarla, fueron
arrastrados por una doble corriente y encallaron. La nave comenzó a destrozarse
con el oleaje. Nadaron y flotaron sobre restos del navío hacia la playa. Los
lugareños cuando se percataron de lo que estaba ocurriendo, salieron a la playa
desesperados y comenzaron a prestar todo el auxilio posible para resguardar
las vidas de todos aquellos inesperados visitantes.
El desconocido pueblo les acogió con una especial generosidad y les busco
acomodo inmediato para resguardarles de la lluvia y el frio, encendiendo
hogueras. El reo, en ayudando a avivar el fuego, fue mordido por una víbora que
escapaba del mismo, y en presencia de todos, con la víbora colgando de su
muñeca, sacudió su mano y la arrojo al fuego sin llegar a sufrir daño aparente
alguno. Siguieron las tareas de socorro con diligencia, sin embargo, todos
estaban pendientes de que el reo cayere muerto en cualquier momento. La labor
continuó hasta conseguir un refugio provisional y seguro para todos los
náufragos, y viendo que el reo no
mostraba síntoma alguno de indisposición,
empezaron a considerarle como una
especie de deidad.
Cerca del sitio, el principal de la isla, el
gobernador romano, tenía una finca
donde acogió a muchos con gran
hospitalidad. El padre del mismo, en ese entones estaba postrado en cama con
una fiebre y disentería. Habiendo escuchado sobre el episodio del reo y la
serpiente, le invitó a su presencia. El reo, por su parte, con el permiso de su
agradecido custodio por haberlos convencido de permanecer todos juntos en el
barco y así salvar la vida de todos, como bien predijo, aceptó otorgarle
permiso para asistir a la invitación del gobernador.
Su cuidador, habiéndose quedado en el
improvisado albergue, acompañado de los curiosos isleños y algunos compañeros
de viaje, que, sorprendidos todos por la hazaña del cómo sobrevivieron al
naufragio y el reo a la mordedura de la víbora y preguntaban ¿Porqué, un hombre
como ese, iba a juicio? ¿Cuál era su
delito? ÉL su devoto acompañante, corroboraba tan extrañas peculiaridades de su
admirado personaje, relatándoles lo que él personalmente había presenciado y
oído de sus propios labios, cuando le acompañaba en sus viajes de prédicas por
las tierras de Asia. De cómo había
llegado a ser un reo por predicar ante los hombres de su pueblo, las
enseñanzas de un galileo, hijo de una virgen madre, a cuyos discípulos él debía
perseguir, encarcelar y amedrentar hasta de muerte, en cumplimiento de su deber
por predicamento de ley y por designación expresa del Sumo Sacerdote. Hasta que
un día, estando a medio camino de su próxima asignación, escucha una voz durante su oración de medio
día. Ese, a quién perseguía, le inquiría:
̶ ¿Porque me persigues?
Ante
tan inusitada situación al no ver a nadie, cae por tierra y de pronto
quedando sin vista, tras tal insólito hecho,
solo escucha de nuevo al galileo:
̶ Sólo te haces daño. Te he detenido para que
seas testigo y sirvas solo a las cosas que ahora has visto y oído y las
divulgues a todas las gentes.
Entonces se preguntó:
- ¿Cómo pude haber sido escogido de entre los
que más implacablemente perseguía a sus
discípulos?
Sus compañeros de viaje, angustiados le
ayudaron a levantarse, y así, recobrada la circunspección, escoltado hasta su
destino, por tres días no pudo ver, ni comer ni beber. Había experimentado una
aparición del galileo y profundizando en el hecho, daba gracias a Dios. No
aprendió de hombre alguno, sino por revelación. Su tarea habría de ser ahora,
anunciar sus enseñanzas a todos los gentiles.
Curado de su ceguera y bautizado. Desde entonces,
recorre los pueblos de Asia anunciando las enseñanzas del galileo, que tantos
inconvenientes les ha causado hasta llegar a ser reo de su propio oficio, por
predicar sus enseñanzas. Pero al mismo
tiempo de cómo también, comenzó a obrar
milagros de curación con simplemente imponer sus manos al enfermo en estado de
oración. De cómo, respondiendo a las acusaciones que le imputaban, reclamó su
derecho a ser juzgado de acuerdo a la ley romana como ciudadano romano que era,
y en virtud de ese privilegio iba rumbo a Roma.
Ya un día, partieron a Roma. Llegó el día de
juicio y en compareciendo ante sus jueces legítimos, fue absuelto de toda culpa
y dejado en libertad. Se quedó, pues, en Roma, de acuerdo a la misión que decía
haber recibido, predicando y organizando a sus discípulos y apostolado entre los
gentiles. Pasaron los años y un nuevo Cesar gobernaba a Roma. Este persiguió a
todos los que predicaban sobre ese galileo hijo de una virgen que anunciaba un
nuevo reino. Fue preso otra vez, juzgado y eventualmente murió decapitado como
ciudadano romano, a diferencia de sus compañeros que fueron crucificados por
ser extranjeros, entre ellos el pescador, a quien le fue encomendada la tarea
de ser la primera piedra de la nueva iglesia, pero pidió ser crucificado de
cabeza abajo, ya que el no merecía ser crucificado como su señor, el galileo.
Esta peculiar relación entre el romano y el
médico liberto, los mantendrá cercanos hasta, cuando, ya convertida en amistad,
consoló la tragedia de su encarcelación y
posterior trágica muerte, cuidando de
sus restos con devoto respeto, salvándolos del apetito de las alimañas, los
entrego a sus discípulos y amigos, y
atesoró todas las experiencias y enseñanzas cosechadas durante todo el tiempo
que permaneció a su lado. Buscó el acomodo de los despojos entre los pocos amigos que quedaban, para así
disponer de una sepultura digna y segura al maltrecho cuerpo de su admirado
amigo y mentor, quien además de perder la cabeza, sus maltrechas muñecas
mostraban las fracturas productos de unas fuertes ataduras y el maltrato del
cadáver en su acarreo, exponiendo los astillados huesos que intentó recomponer.
Antes recogió unas astillas de esos
huesecillos que se desprendían de las muñecas y la guardó en su bolso. Una vez
enterrado en un sitio seguro, oraron.
Abandonó Roma y se dirigió al sur por tierra en
busca de la misma ruta por la cual había llegado. En el camino encontró al
devoto ahijado del pescador, quien se dirigía a Egipto. Ambos emprendieron marcha
rumbo al sur. Sólo vieron desolación y muerte como testimonio de conversión de
todos aquellos que habían aceptado las enseñanzas del galileo. Ya no sólo de
predicadores, sino de todos aquellos que pudieren sospecharse creyeren o
hubieren escuchado las palabras de sus discípulos, yacían como mártires o eran
perseguidos sin piedad. El predicar las enseñanzas del galileo hijo de una
virgen madre, sobre la existencia de un
solo Dios, a vivir en amistad y compartir
con otros de igual a igual. Don que les acarreó el suplicio de la muerte, la
persecución y la excreción social y ciudadana, como el más original ejercicio
de libertad. Era el cuerpo vivo de la nueva iglesia que sembraba de maderos de
crucifixión y asperjaba con la pasión de cada uno de sus misionados, a lo largo
y ancho del territorio imperial, dibujando así los miembros de ese nuevo cuerpo
místico que nacía a una inefable libertad. La iglesia del Cristo.
Abrumados, el médico y el acólito del pescador,
llegan a una muy bulliciosa isla con
gran actividad de navíos con rumbos a los mares de occidente y de oriente. Se
hallaban al borde de un muelle, cuando el discípulo del pescador decide
despedirse de su compañero médico para abordar un barco con destino a
Alejandría, de la cual ya había hablado en el camino, como su destino más
inmediato, para continuar su misión de organizar la nueva iglesia e invita a su
nuevo amigo a venirse con él y ayudarlo en la fundación de la nueva iglesia en
esos parajes. El, sorprendido por la invitación del joven acólito del pescador,
a quien tenía como hombre de grande sabiduría, de la cual pudo dar cuenta
durante el trayecto del camino andado juntos, habiendo conocido de la vida y
pasión del galileo, hijo de una virgen madre y llamado Jesús.
El
médico decidió continuar a Malta a visitar los amigos que dejo en la isla y
entregarles las reliquias de su amigo y maestro el romano. Del joven acólito
del pescador, por fin aprendió el propósito de la misión del romano y de cada
uno de los apóstoles. Con corazón humilde y desinteresado, ausente de
reconocimientos propios, aun, habiendo conocido brevemente de primera instancia
el celo del liberto, después de años de una benigna sumisión; aprendió, como el
romano, el pescador y todos los discípulos, la verdadera naturaleza de la
libertad, y por primera vez se sintió verdaderamente responsable de su propia
vida. Asumió la tarea de la misión con amor, y dedicó su ciencia y vida,
primero a registrar la verdadera fuente del carisma del amigo el romano. Empezó
buscando sus orígenes, y como hombre práctico de ciencia, fue al lugar de los
hechos. Rememoró las visitas que realizó con él a tan distintos personajes y
comunidades. Aprendió que tal ciencia no era propia del romano, era un carisma
otorgado. ¿Quién era ése que tanto poder le dio? ¿Dónde vivió? ¿Quiénes, su
familia, sus discípulos? ¿Cuál, la esencia de su ciencia?
Desandar los caminos de un misionero, es un
itinerario de una ardua labor que lleva a profundizar, no solo en el mensaje de
la misión, su objetivo y los misionados, pero también el antecedente de la
misma. ¿Por qué persiguió a los difusores del mensaje? ¿Cómo de perseguidor
pasó a perseguido? ¿Quién es aquél a quién persiguió con tanta pasión y después
predicó su mensaje con igual o mayor ardor? El romano siempre habló de uno que
nació de una virgen ¿Cómo puede ser ello posible?
Al cabo de unos días consiguió una nave que lo
llevaría de nuevo a la isla que les socorrió cuando el naufragio, y volvió a
encontrase entre amigos. Narró sobre lo sucedido al reo amigo y les entregó las
astillas que había guardado con tanto celo,
sabiendo que allí se le apreciarían.
El médico, se quedó en la isla esperando
encontrar cómo volver a Asia, mientras tanto, contaba los detalles de cómo
después de liberado su amigo, vinieron tiempos terribles de persecución y
muerte, para todos aquellos que predicaran u oyeran sobre el galileo.
Un día, no habiendo encontrado transporte para
Asia, se encuentra frente a un navío que iba rumbo a Egipto, y rememorando la
invitación del acólito del pescador, decide ir a Egipto antes de seguir a Asia.
CUADRO TRES.
Es
una calle que conduce a unos muelles. Mucha gente la transita en lo que parece
una bulliciosa actividad de gente y cargas en tránsito, desembarcado o
embarcando, acarreando cargas y
equipajes y humeantes puestos de comida. Entre ellos, el médico y un
desconocido parecen establecer un vínculo por alguna seña secreta de
complicidad y se reconocen afines en una mirada.
Se acerco y reconoció a unos de los discípulos
del galileo. Lo abordó y le dijo quien era, de inmediato entraron en un recelo
de los que les rodeaban y transitando por una complicidad de señas, por fin se
pudieron retirar a un sitio apartado y poder hablar libremente.
El discípulo
contaba de cómo había venido desde el Carmelo, para ir a las tierras de
Hispania a llevar las enseñanzas del galileo. Mientras el médico escuchaba sus
relatos, se ocupaba del equipaje del viajero y no pudo ignorar unos trozos de madera
que le eran muy familiares, el uno, en forma de un niño y otro, en forma de una
mujer. El discípulo al percatarse de las figuras, le dijo:
—Son la virgen
madre y su hijo—
Él turbado por la aseveración, deja las
maderas, pero reconoce que fueron sus manos las que una vez, estando de visita
donde la madre del galileo, y tomando unos trozos de madera del taller del
mismo, modeló esas figuras y le tiende
las figuras al discípulo diciéndole:
—Toma y cuídalas porque algún día querrán saber
de ellos—
Se despidieron ya cuando resonaba en el puerto el
último llamado de la nave que debía abordar el discípulo, anunciando su salida a los mares de occidente.
Ahora comprendía su misión. Estos hombres sin
proponérselos le habían preparado para poder llevar a cabo la tarea de dar a
conocer la labor de sus vidas, predicar las palabras de amistad entre
los hombres. Ya no era un liberado más.
Ahora tenía sentido el rumbo escogido, ganado en el servicio al prójimo, el que
le reconocía a él como igual. Su verdadera libertad daba comienzo.
Este derrotero le había llevado a las tierras
de la familia misma del señor llamado Jesús. Conocer de él, de sus discípulos y
testigos, de sus obras y predicamentos, hasta el punto de su genealogía. Habría
de ser ahora su misión personal el conocer de su naturaleza. Pero, toda nueva tarea está siempre sujeta a lo imponderable del curso del cómo se concatenan los acontecimientos que habrán de producir el objetivo propuesto.
Especial, el momento
del encuentro con el personaje de la madre del galileo. El silencio es el
sujeto activo y de pronto todo gira a su derredor. Sin mediar preámbulo alguno,
prorrumpe la revelación de la paz. Ya nada será igual, todo cobra un nuevo
significado, la palabra del hijo se hace revelación.
Ahora, ya de regreso de Egipto, parado de
frente a su libertad, se embarca rumbo a Asia con un único equipaje, la Palabra.
Pintura: "Tránsito". Autor: Nené Laclé
Pintura: "Tránsito". Autor: Nené Laclé