LA VOLUNTAD DE PERTENECER
Nuestra mejor enseñanza del
pertenecer, comienza al nacer. Nos enseñan que pertenecemos a alguien, una
madre y con ella vienen otros: el padre, los hermanos, los abuelos, tíos….
amigos en fin una familia. Ello en el mejor de los casos. Luego de ser el centro de
atención, vamos tomando posesión de nuestro lugar en el grupo. Aprendemos que éste no es sino un miembro más de otro grupo, y éste de otro que los contiene; hasta tener la consciencia de una globalidad, como seres humanos.
Mientras tanto, en cada vez,
aprendemos de nuestra relación para con los otros, cuando realizamos alguna
acción y afectamos nuestro conocimiento de las cosas y las personas, a las que en
ocasiones también afectamos. Aún, en nuestra pasividad, afectamos al resto con nuestra sola presencia. Ello es el precio de pertenecer a una familia, a una comunidad,
a un país, a una generación, a una facultad, a una religión, etc. El pertenecer es inevitable. Sin embargo,
el no pertenecer, algunas veces es voluntario y requiere de una acción de
desafección y posiblemente o accesoriamente de un luego desarraigo.
¿Cuándo recurrimos a la
desafección?
Cuando creemos, o queremos creer que una situación no
nos afecta y por tanto no actuamos. El ser humano tiene,
desde su singularidad la capacidad de decidir y actuar por sí mismo, en cada
ocasión. Aun la acción de seguir o no a los demás es una acción íntima. Por tanto,
cada decisión afecta al grupo desde donde se actúe. ¿Nos escondemos dentro de la
“manada” y dejamos que aquellos a la vanguardia lideren hacia donde sea que
consideren? La sumisión es una acción discrecional, sea por reacción a un
castigo, o no concebimos como actuar en el momento, o simplemente por pensar
que es lo correcto o que la situación no nos afecta directamente, y por ello
la omisión de una acción. En cualquier
caso, ello no nos exime de pertenecer, y nuestra pasividad no es sino un vacío
de la fuerza que aportamos, en éste caso, a la “manada”. Pero, cuando no aportamos nuestra fuerza, solo por
nuestra presencia queda la acción de permitir, que se suma a la única fuerza
que actúa, la de los que lideran el rumbo.
¿Cuándo recurrimos al desarraigo?
Cuando creemos que no existe otra alternativa, pero la de abandonar el grupo.
Emigramos, sea por proteger la propia integridad y la de nuestros seres queridos,
sea por preservar el sentido de identidad, o de dignidad, o por descubrir otros valores que no se pueden encontrar en el grupo: libertad para actuar, expresar, profesar o
confesar; protección física, intelectual o espiritual.
Por tanto, no importa si actuamos
pasiva o activamente, siempre hemos de afectar al
grupo donde hacemos vida, donde pertenecemos. Lo que nos dice, que nuestra sola presencia es un
factor de acción que contribuye a la armonía de los logros del grupo. A menor o mayor armonía, menor o mayor el logro, por efecto de las potencias encontradas de
las acciones , sean éstas pasivas o activas. Ello explica el porqué
de los fenómenos humanos, como: la guerra, las elecciones, el mercado, el
progreso económico, etc. Así como, el porqué del surgimiento de: las asambleas,
el gobierno, la ley, el matrimonio, el sindicato, la bolsa.
Tal como existe un universo que
contiene a los cuerpos celestes. Cada ser humano está contenido junto a con
semejantes, en un universo, y mantienen una relación igualmente imponderable a la
gravedad entre los cuerpos celestes, que se atraen y rechazan de acuerdo a sus
potencias. Sin embargo, tanto los unos
como los otros, conviven en la magnífica armonía de la inexplicable existencia a
la cual pertenecemos, la Creación.
Pero, la Creación, no es tan
siquiera la incógnita. El verdadero enigma es:
¿Cómo es qué sabemos de ella? ¿Qué pertenecemos a ella?
¿Es la revelación es
la fuente de tal conocimiento?
Experimentamos en nosotros mismos
desde el comienzo, el amor, primero, como hijo y luego por las
cualidades de las otras personas para con nosotros. En ese aprendizaje, habremos de encontrar el
propósito de nuestras propias acciones, que habrían de conducirnos a realizar
acciones que nos proporcionarán satisfacciones, y hasta podrán originar nuestra
creatividad y llevarnos, incluso, a realizar actos sublimes o audaces, que
promuevan nuestra pertenencia. Sin embargo, la ausencia de continuidad de ese
amor, suscitará la desvalorización de las otras personas, por efecto de la ignorancia afectiva; en consecuencia las
acciones conducirán a la procura de valores aislados individuales de liderazgo por descalificación
de los vínculos con el grupo. Surgirá el nepotismo, la corrupción, la extorsión, sea
por coacción o por sumisión, todo en
función preservar la supervivencia de los logros individuales, a expensas de la eventual desaparición del grupo por disolución del mismo en el tiempo, al producirse el desarraigo de su liderazgo. Promoverá el desarraigo en
aquellos excluidos por disidir. Ello es la fuente de la esclavitud, la
servidumbre, los estamentos. En consecuencia, las dictaduras, colectivas o
absolutistas. La desnaturalización de la Creación misma.
El amor es nuestra prístina
fuente de sabiduría, madre de todas nuestras ciencias y promotor de la Creación misma.