martes, 7 de enero de 2014

LA VOLUNTAD DE PERTENECER


Nuestra mejor enseñanza del pertenecer, comienza al nacer. Nos enseñan que pertenecemos a alguien, una madre y con ella vienen otros: el padre, los hermanos, los abuelos, tíos…. amigos en fin una familia. Ello en el mejor de los casos. Luego de ser el centro de atención, vamos tomando posesión de nuestro lugar en el grupo. Aprendemos que éste no es sino un miembro más de otro grupo, y éste de otro que los contiene; hasta tener la consciencia de una globalidad, como seres humanos.

Mientras tanto, en cada vez, aprendemos de nuestra relación para con los otros, cuando realizamos alguna acción y afectamos nuestro conocimiento de las cosas y las personas, a las que en ocasiones también afectamos. Aún, en nuestra pasividad, afectamos al resto con nuestra sola presencia. Ello es el precio de pertenecer a una familia, a una comunidad, a un país, a una generación, a una facultad, a una religión,  etc. El pertenecer es inevitable. Sin embargo, el no pertenecer, algunas veces es voluntario y requiere de una acción de desafección y posiblemente o accesoriamente de un luego desarraigo.
 
¿Cuándo recurrimos a la desafección?

Cuando creemos, o  queremos creer que una situación no nos afecta y por tanto no actuamos. El ser humano tiene, desde su singularidad la capacidad de decidir y actuar por sí mismo, en cada ocasión. Aun la acción de seguir o no a los demás es una acción íntima. Por tanto, cada decisión afecta al grupo desde donde se actúe. ¿Nos escondemos dentro de la “manada” y dejamos que aquellos a la vanguardia lideren hacia donde sea que consideren? La sumisión es una acción discrecional, sea por reacción a un castigo, o no concebimos como actuar en el momento, o  simplemente por pensar que es lo correcto o que la situación no nos afecta directamente, y por ello la omisión de una  acción. En cualquier caso, ello no nos exime de pertenecer, y nuestra pasividad no es sino un vacío de la fuerza que aportamos, en éste caso, a la “manada”.  Pero, cuando no aportamos nuestra fuerza, solo por nuestra presencia queda la acción de permitir, que se suma a la única fuerza que actúa, la de los que lideran el rumbo.



¿Cuándo recurrimos al desarraigo? 

Cuando creemos que no existe otra alternativa, pero la de abandonar el grupo. Emigramos, sea por proteger la propia integridad y la de nuestros seres queridos, sea por preservar el sentido de identidad, o de dignidad, o  por descubrir otros valores que no se pueden encontrar en el grupo: libertad para actuar, expresar, profesar o confesar; protección física, intelectual o espiritual.

Por tanto, no importa si actuamos pasiva o activamente, siempre hemos de afectar al grupo donde hacemos vida, donde pertenecemos. Lo que nos dice, que nuestra sola presencia es un factor de acción que contribuye a la armonía de los logros del grupo. A menor o mayor armonía, menor o mayor el logro, por efecto de las potencias encontradas de las acciones , sean éstas pasivas o activas. Ello explica el porqué de los fenómenos humanos, como: la guerra, las elecciones, el mercado, el progreso económico, etc. Así como, el porqué del surgimiento de: las asambleas, el gobierno, la ley, el matrimonio, el sindicato, la bolsa.

Tal como existe un universo que contiene a los cuerpos celestes. Cada ser humano está contenido junto a con semejantes, en un universo, y mantienen una relación igualmente imponderable a la gravedad entre los cuerpos celestes, que se atraen y rechazan de acuerdo a sus potencias.  Sin embargo, tanto los unos como los otros, conviven en la magnífica armonía de la inexplicable existencia a la cual pertenecemos, la Creación. 

Pero, la Creación, no es tan siquiera la incógnita. El verdadero enigma es: 
¿Cómo es qué sabemos de ella? ¿Qué  pertenecemos a ella? 
¿Es la revelación es la fuente de tal conocimiento?

Experimentamos en nosotros mismos desde el comienzo, el amor, primero, como hijo y luego por las cualidades de las otras personas para con nosotros. En ese aprendizaje, habremos de encontrar el propósito de nuestras propias acciones, que habrían de conducirnos a realizar acciones que nos proporcionarán satisfacciones, y hasta podrán originar nuestra creatividad y llevarnos, incluso, a realizar actos sublimes o audaces, que promuevan nuestra pertenencia. Sin embargo, la ausencia de continuidad de ese amor, suscitará la desvalorización de las otras personas, por efecto de la ignorancia afectiva; en consecuencia las acciones conducirán a la procura de valores aislados individuales de liderazgo por descalificación de los vínculos con el grupo. Surgirá el nepotismo, la corrupción, la extorsión, sea por coacción  o por sumisión, todo en función preservar la supervivencia de los logros individuales, a expensas de la eventual desaparición del grupo por disolución del mismo en el tiempo, al producirse el desarraigo de su liderazgo. Promoverá el desarraigo en aquellos excluidos por disidir. Ello es la fuente de la esclavitud, la servidumbre, los estamentos. En consecuencia, las dictaduras, colectivas o absolutistas. La desnaturalización de la Creación misma.


El amor es nuestra prístina fuente de sabiduría, madre de todas nuestras ciencias y promotor de la Creación misma.