viernes, 24 de junio de 2011

EL HIJO DEL FUEGO

AB

Una vez, en una muy remota noche, antes del recuerdo y después del olvido. Ella, en su capricho, una gran tormenta eléctrica azota al paisaje y se divertía asustando a un grupo de seres de la tierra, que libres en sus temores, movidos por el impulso del instinto, buscaban el  refugio a sus vidas en la distancia entre ellos y el fuego, que en el derredor surgía de entre árboles y malezas, ante la evidencia de cadáveres de animales y semejantes, en su paso consumiendo el bosque, 
De pronto, acogidos frente a un árbol seco, uno de ellos, de entre los jóvenes, asido a una rama en su contagiada ansiedad, se asombra ante la expresión de sus compañeros, quienes vueltos hacia él, ya no mirando los fuegos en la distancia, todos, en mudo estupor le miraban. Él, buscando la dirección de sus miradas se percata, que en su ansiedad estaba sujeto una rama que ardía en lo alto. Inmovilizado por el pánico, no alcanza a soltarse, pero sí a retirar instintivamente el brazo, partiéndose en el acto la rama, quedando en su mano una tea encendida. En eso, los observantes en asombro emiten una exclamación al unísono que le hace voltearse otra vez hacia ellos, ya que nunca antes se habían dirigido a él de esa manera y todos a la vez. Distrayéndole el suceso y al mirarlos a la luz de la tea encuentra, otra nueva expresión en ellos dirigida a él. Al instante, con la tea en la diestra avanza un paso y en el impulso descubre que la oscuridad que acompaña a sus asombrados camaradas se mueve toda en una sincrónica dirección, él, ante tal fenómeno, retrocede asustado, con la momentáneamente olvidada tea en la mano, y otra vez las sombras de sus aterrados compañeros se mueven, homogéneas, como una sola ánima en la dirección opuesta. Él, en señal de advertencia agita los brazos desesperadamente y sólo consigue que estos retrocedan más y mas y se agachen con los brazos protegiendo sus caras, y otra vez las sombras se mueven de uno a otro lado, como comandadas por una misteriosa fuerza. Entonces, vuelto hacia su diestra, ve en ella el poder de mover las sombras y ante la ausencia de daño, curioso comprueba, con movimientos conscientes de su brazo y la tea en la mano, que éste vuelve a mover las sombras, ya no sólo de sus atemorizados compañeros sino de toda cosa sobre el suelo. Para entonces, sus compañeros ante los deliberados movimientos de sus actos vuelven a emitir expresiones de desesperación que se convierten en un coro de angustias. Pero en eso comienza a llover y poco a poco se extingue la aberrada tea y comienzan a desaparecer los fuegos en la cercanía. 
Alegres por la lluvia que en extingue los fuegos, saltan de entusiasmo hasta recuperar la seguridad. Luego, todos vueltos hacia el accidental actor, lo observan con curioso recelo, todavía agachados y con los brazos en actitud protectora de sí. El todavía con la tea ya extinta en la mano, prueba agitarla otra vez y estos reaccionan al unísono retrocediendo y emitiendo una sola voz, pero ya las sombras no reaccionan a sus movimientos y la suelta.
Todos, con miradas de alivio e incomprensión fijas en él comienzan a darle atención de excepción unida a un sonido común ¡Ab!. y nace, el nombre, Sin embargo, éste no entiende que es con él, actor principal del cambio de actitud de sus compañeros y avanza hacia ellos confiado, ya con los fuegos ausentes y la tea apagada en el suelo, pensando que la desaparición del peligro trae la normalidad, pero ellos todavía buscando distancia entre él, segregan al excepcional. El grupo, buscando ahora refugio de la lluvia, encuentra una cueva, donde todos se apilan, y él, buscando el calor de sus semejantes se les acerca, pero estos le huyen, quedando al final, en un rincón a la entrada de la cueva, acompañado sólo por la emoción de lo sucedido y ya, vencido por el cansancio sucumbe al sueño en su soledad.
Al amanecer, el frío despierta sus sentidos y al abrir sus ojos encuentra a sus pies, frutas y agua. Busca con la mirada, pero ya sus compañeros no están. Se levanta y busca dentro de la cueva y estaba vacía, se dirige a la entrada, y al salir los encuentra todos agachados frente a la cueva y al verle vuelven a emitir el mismo sonido, ¡AB! ¡AB! Confiado avanza hacia ellos y estos retroceden. Perplejo ante tal la actitud se siente rechazado del grupo, pero algunos, temerosos avanzan agachados y dejan delante de él, en el suelo, más frutas y utensilios de caza. Ante tan incomprensible actitud no sabe qué hacer, pero con el hambre que siente prueba acercarse a las frutas que han dejado sus compañeros y sin dejar de mirarles y con recelo de estar haciendo lo incorrecto toma una y observa que nadie reacciona, comienza a comer y todos emiten el ya aprendido ¡AB!, ¡AB! Suelta la fruta del susto, pero reflexionando que era aprobación lo que le transmitían y desaprobación cuando la soltó, vuelve a tomarla y comienza comer, y todos vuelven a emitir el sonido que lo identificará ante ellos por siempre. 
El día pasó sin que nadie se le acercara. Fue un día sin más novedad que una monótona lluvia, comió de lo que le habían regalado y ésta vez ya no intentó ir con sus compañeros. Estos ocuparon el día en buscar alimento entre lo que quedaba después del fuego. Nuestro solitario AB, hallándose solo no encontraba frutas y cansado veía como cerca de él algunas bestias comían de un animal muerto por el fuego, las espantó y se acercó, y robó la presa casi quemada y tal era su hambre que se llenó de sus carnes y vísceras quemadas, recogió el resto y lo llevó a la cueva.
La noche llegó con sus penumbras y su frío. Solo, otra vez en un rincón, todavía asombrado por la actitud de sus compañeros de grupo y sus contradictorias bondades y rechazos para con él, comenzó a sentir frío y de pronto a su lado apareció una mujer, una joven mujer enviada por el grupo. Otra vez asombrado y complacido, creyendo que ya había pasado la exclusión de que era objeto, éste la atrajo hacia su lado y ella se sentó. Al sentir su calor se reconfortó y durmió. Al amanecer, confiado en el instinto al cual había estado acostumbrado despertó esperando encontrarse dentro del grupo, para su sorpresa sólo se encontró entre dos mujeres que lo arropaban con sus cuerpos para darse mutuamente calor y el  resto del clan se mantenía aparte observando sus movimientos. Él, ante el confort que le brindaron las mujeres se complació. Estas en un acto insólito tomaron fruta y parte de la carne quemada que había traído el día anterior y le ofrecieron en sus manos. Este con curiosidad tomó de sus manos lo ofrecido, y sin despegar la vista de ellas comenzó a comer ante la aprobación de las mismas y la de todos los que más atrás observaban, que sólo alcanzaban a decir ¡AB! ¡AB!.
Pasaron a la memoria de todos y sin que la situación variará y resignado aceptó su nueva situación, atreviéndose cada vez más a confiar en lo que le ofrecían Pero, en una ocasión empezó a seleccionar, en escogiendo de unas y omitiendo tomar de otras, en este momento nació la inquietud entre sus observadores. Llamaron a la mujer de quien no fue aceptado lo ofrecido y en su lugar enviaron a dos jóvenes más con los alimentos antes seleccionados por AB y surgió de la indecisión, el gusto en la conciencia del hombre y a éste lo acompañó la mujer que portaba el alimento. Comenzó a hacerse cotidiano el no tener que estar con los demás y por tanto, como ellos le proveían el alimento no necesitó de acompañarlos en su busca y por tanto ya los utensilios de caza y protección no le eran tan evidentemente necesarios.
Una noche, estando, como siempre más cerca de la entrada de la cueva que habían tomado desde el trascendental hecho, una bestia se asomó a la cueva atraída por el movimiento en ella, buscando refugio o alimento. Una de las mujeres al percatarse de la bestia y sus intenciones gimió un alerta. Él, volteándose para ver qué lo había causado vio al animal, pero no teniendo nada a mano para defenderse, sólo alcanzó a tomar una piedra y en arrojándola con tal fuerza, aunque sin tino, dio contra la dura pared de la cueva; en el choque se produjo una chispa y el animal corrió y desapareció. La mujer, que había visto lo sucedido quedó paralizada en su asombro y lo veía con una gran incomprensión reflejada en su expresión. Él, que también se percató de la chispa, con la mirada estaba cuestionando a la mujer si también había visto lo que él. Ella corrió hacia las otras compañeras y balbuceando en agitada gesticulación trataba de explicar lo acontecido. El no encontrando explicación vuelve a arrojar otra piedra, pero nada sucedió y las mujeres se fueron tranquilizando.
Fue entonces cuando decidió que necesitaba de sus utensilios, pero no podía pedirlos y comenzó a recoger piedras que ahuyentaran las bestias. En el tiempo que ahora disponía en su soledad, las seleccionaba limpiándolas de la tierra y comprobando sus durezas. Jugando con sus durezas chocando dos piedras, y satisfecho de sus encuentros, de pronto, en uno de esas pruebas, una chispa saltó de entre ellas y se asustó soltándolas inmediatamente, pero viendo que no tenían nada, las tomo de nuevo en sus manos y chocándolas brevemente fue tomando más impulso hasta chocarlas con fuerza y de nuevo saltaron chispas de entre ellas, pensativo pero sin soltarlas observa y luego intenta una y otra vez, hasta conseguir que aparezcan las chispas. Las mujeres observándolo apartadas y asustadas, veían con pasmo como él producía fuegos con sus manos.
Ello se convirtió en un juego para él, especialmente cuando veía el asombro y temor de sus compañeras y de los demás hombres. Una noche, jugando con las piedras que recién había seleccionado para defenderse, dado que rondaban muchas bestias por fuera buscando alimento, escaso ya por la sequía y las quemas, al probar sus piedras chocándolas, las chispas que saltaron fueron a dar a un montón de paja seca que habían juntado para dormir, éstas se encendieron brevemente con una pequeña llama que duró un lapso suficientemente breve para que las mujeres testimoniaran el hecho. Esto las asustó dé tal manera que salieron corriendo a otro rincón de la cueva. Cuando regresaron no volvieron junto a él. Se reunieron con los otros tratando de explicar lo sucedido pero sin lograrlo. Esa noche quedó sólo otra vez y así otra y otra noche. Un día volviendo a chocar las piedras para probar sus durezas las chispas que saltaron volvieron a encender un poco de paja seca y él, atemorizado por el fuego solo miró hasta que se extinguió y experimento el calor que necesitaba, luego volvió a probar hasta que se encendió la paja de nuevo, pero esta vez fue reuniendo mas paja y se la tiraba al fuego y éste se mantenía. Al acabársele la paja disponible empezó a echarle restos de frutas, palos y ramas que encontraba alrededor y el fuego comenzó a crecer. Los otros al percatarse de lo que hacía se alteraron y corrieron al fondo de la cueva y en su carrera veían el movimiento de sus propias sombras reflejadas en la pared del fondo de la cueva, se paralizaron y se volvieron hacia él, que absorto en su tarea no se había percatado del trance de sus compañeros, por el contrario había descubierto que ese fuego a la distancia donde se hallaba le proporcionaba calor y al rato se sentó y a cada tanto echaba más ramas, hasta que se extinguió el fuego y sólo quedaron brazas, que todavía le generaba calor. El sueño le fue venciendo y dormitó por un rato, despertando luego sobre saltado, sólo para comprobar que las brazas estaban todavía en la pila. Los demás al ver tal escena, sólo alcanzaban a sentir un gran temor en su asombro. Eventualmente, rodeó las brazas con sus piedras más duras y se durmió al calor de la improvista. Mientras tanto, los demás se quedaron en el fondo de la cueva.
Al amanecer, encontró de nuevo a las mujeres a cierta distancia de él y de las cenizas, traían en sus manos toda clase de frutas y carnes. Él, al verlas se levantó, y ellas, que en cuclillas estaban, se levantaron y algunas retrocedieron, otras corrieron, pero, una, petrificada por el miedo quedo inmóvil ante él con las manos extendidas ofreciéndole los alimentos que traía, balbuceando ¡AB! ¡AB! Él tomó los mismos y comió sin que ella se moviese del sitio. Insatisfecha el hambre, buscó mas en las manos de la mujer pero ella ya no llevaba más, la registró y chupo de sus senos buscando más y en su desesperación al no encontrar nada, la tomó como mujer y quedo tendido sobre ella quien no se atrevió a moverse. Las demás volvieron a observar desde cierta distancia. La mujer que sin poderse mover estaba a pocos metros de lo que fuera la hoguera percibió el calor del piso y el olor de las ramas quemadas en el polvo y las cenizas. Al rato él se levantó y miró a las otras mujeres que se habían acercado y buscando más alimentos en sus manos avanzó hacia ellas, tomando de una de ellas un trozo de carne de un ave que tenía en las manos. Las otras al observar lo que hacia retrocedieron. El se volvió a la primera y tomándola del pie la haló hacia él y al calor de las dos mujeres se durmió. Desde entonces las dos mujeres no lo dejaron.
Los días transcurrieron sin que las mujeres le dejaran sólo, ellas eran las intermediarias de los hombres para darle alimento que apartaban de lo recogido en el día. Ellas- le proporcionaban el calor del grupo que necesitaba para sentirse parte del mismo; mientras él se entretenía escogiendo piedras, las cuales seleccionaba de acuerdo a su resistencia al choque de las unas con una ya seleccionada como la más dura,  que ya de tanto chocarla se venía alisando su superficie, y así fue apartando esas piedras con sus bandas alisadas.
Una noche de mucho frío, que ni las mujeres le podían dar el calor necesario, tomó dos de sus selectas piedras y chocándolas sobre un montón de paja, encendió una nueva hoguera. Las mujeres ante el fuego quisieron correr pero no se atrevieron por miedo a él, solo se escondieron detrás de él mirando por sobre su cuerpo agachado. Al rato empezaron a sentir el calor del fuego y viendo que él no mostraba intención de correr se agazaparon detrás contra su cuerpo y sintieron el calor del fuego. El se mantuvo alimentándolo con ramas y pequeños troncos y piedras, mientras sus testigos a cierta distancia se quedaron viendo el fuego, y ante la proximidad de las mujeres pegadas a su cuerpo se durmió, mientras ellas perplejas ante el fuego y agradadas por el calor que despedían las piedras calientes y las brazas, después de extinto el fuego, velaron su sueño. Para entonces ya los demás no habitaban la cueva, se había refugiado en una cueva cercana, pero vigilaban que él todavía tuviera alimento.
Ya el sitio de la hoguera era un lugar común, con algunas piedras dispersas en su entorno y sólo se le alimentaba con más paja y ramas. Él pedía a las mujeres, además de alimento, material para su hoguera y estas así le traían. Habiendo probado ya restos de carne que había echado al fuego para avivarlo, notó que las carnes que se echaba cuando ya casi se apagaba el fuego con el calor de las piedras se comían mejor y empezó a encender la hoguera para echar los restos de carne que le habían traído las mujeres, a sus piedras en la hoguera. Mientras comía con el fuego encendido, las mujeres confiaron con él y probaron de las carnes de las piedras del fuego.
El tiempo transcurrió hacia lo cotidiano y desde entonces su excepcionalidad lo convirtió en un valor del grupo, atribuyéndole el trabajo del fuego dado por el cielo a AB. Ello fue de gran importancia, no tanto por el hecho de que les infundía ánimo y seguridad en sus quehaceres de supervivencia al luchar por alimento ante las bestias salvajes, sino por lo trascendente del hecho al existir un miembro del grupo que no compartía con las labores de todos, por el contrario se empleaba en un oficio distinto y singular. Mientras así pasaban los días, llegó el momento, y las mujeres comenzaron a parir a sus hijos dentro de la cueva, y los mismos fueron considerados de excepción por el clan, como hijos del fuego y así el grupo creció en confianza y a poco el tiempo fue dando forma al nuevo vínculo, el fuego permaneció en el misterio, pero él aceptó sus bondades y las repartió entre los suyos, encontrando en cada vez nuevos misterios.
Ya no era el fuego y la muerte, el fuego y la luz, el fuego y el calor, ahora vivieron cada día asombrados ante el reto de los nuevos misterios que las entrañas del fuego ocultaban, que sin cuerpo, solo calor y luz, era un prodigio de sorpresas en apenas acercarse o tocar alguna cosa, ahora era el fuego y las maderas que anunciaban nuevos alimentos, el fuego y las piedras que ardían y lloraban sus fortalezas, lágrimas que endurecían sus corazones al ausentarse el fuego y sucumbían dóciles, una y otra vez, al dominio de los hijos del fuego que en su asombro descubrían las entrañas mismas de la fuerza. Entre quemaduras y rasguños, recogieron las dóciles lágrimas y en juntándolas de nuevo dominaron las indefensas fortalezas de las piedras, y moldearon su obediencia a la inexperiencia de su capricho, y viendo que con facilidad se cortaban sus carnes las aplicaron a las carnes de la caza y vieron que se facilitaban rápidas en pedazos, y asombrados tomaron las fortalezas de las piedras como vanguardias de sus manos, abreviando el tiempo y ganándole a los demás predadores en su competencia, y  luego de sus varas con efectiva intención, y la caza fue segura al lanzar a las presas sus nuevas varas y cuidar así asombrada distancia. AB era ahora, el colectivo de su descendencia, el guardián efectivo de turno, el proveedor de lo asombroso y en ello yacía la confianza del grupo. En ellos moraba ya, la virtud de la faena diaria de cada quién, en la seguridad de la confianza, secreto de la supervivencia y la fortaleza del grupo. AB se convertía cada vez en un importante eslabón en la cadena de la sabiduría del grupo, y gracias a la fraternidad que reinaba entre ellos creció la seguridad de sus destinos.